La historia que presenta el director Shawn Levy está ubicada en la segunda década del siglo XXI, cuando los combates de box entre seres humanos han pasado a la historia; el uso de robots púgiles le permite al realizador presentar escenas de gran dinamismo, muy similares a las de los videojuegos, a las que los chicos están más que habituados. Uno de los méritos del director (además de la excelente integración entre imágenes creadas por computación con actores reales) es el de no abrumar al espectador con ese ritmo vertiginoso que no permite apreciar los detalles de la acción. Los combates entre las máquinas comandadas a control remoto desde los rincones del cuadrilátero aportan los mejores momentos del filme, con un admirable empleo de los efectos especiales.
También fue un acierto confiar los papeles centrales al tremendamente carismático Hugh Jackman y al debutante Dakota Goyo (padre e hijo en la ficción), que conforman una pareja capaz de lograr empatía con el espectador. El problema está en que el director no acierta del todo con el tono de la historia: no es una epopeya de superación personal como fue "Rocky" (la primera, claro, que dirigió John Avildsen en 1976) ni es un tremendo drama familiar como "El campeón" (1979, con Jon Voight, dirigida por Franco Zeffirelli), pero está claro que combina elementos de ambas. No es una comedia, aunque está sembrada de toques humorísticos o simpáticos para descomprimir la narración, ni un filme de ciencia ficción con crítica social implícita, si bien plantea ciertos cuestionamientos al mundillo del boxeo hiperprofesional o expone los peligros del consumismo exacerbado. Es evidente que el director apostó a un filme de acción, y que trató de garantizar el entretenimiento a lo largo de poco más de dos horas de proyección. Es cierto que logra divertir de a ratos, pero también lo es el hecho de que no aporta nada nuevo a un género muy transitado, que tuvo en otros títulos expresiones más logradas.